Palabra de Vida – Abril 2015

 
«Me hice todo para todos» (1 Cor. 9, 22).

“Me hice todo para todos” (1Cor. 9,22)

En la primera carta a la comunidad de Corinto, de donde se tomó la palabra de vida de este mes, Pablo tiene que defenderse por la poca consideración que algunos cristianos le demuestran, poniendo en duda o negando su identidad de apóstol. Después de reivindicar con convicción su calidad de tal por haber “visto a Jesús” (cf 9, 1), Pablo explica el porqué de su comportamiento tímido y resignado, a punto tal de renunciar a todo tipo de compensación por su trabajo. Aun pudiendo hacer valer la autoridad y los derechos del apóstol, prefiere hacerse “siervo de todos”. Es su estrategia evangélica.

Con el fin de llevar la novedad del Evangelio se hace solidario con cada categoría de persona, hasta volverse uno de ellos. Cinco veces repite “me hice” uno con el otro: por amor a los judíos, se somete a la ley de Moisés, aunque ya no se considere vinculado a ella. Con los no judíos, que no siguen la ley de Moisés, también vive como si no tuviera esa ley y, sin embargo, tiene una ley muy exigente, Jesús mismo. Con los que se definían “débiles” -probablemente cristianos escrupulosos, que se planteaban el problema de comer o no la carne inmolada a los ídolos- se hace débil, si bien era fuerte y experimentaba una gran libertad. En una palabra se hace “todo para todos”.

Repite continuamente que actúa así para “ganar” a cada persona para Cristo, para “salvar” a cualquier costo al menos a alguno. No se ilusiona, no tiene expectativas triunfalistas, sabe que solamente algunos responderán a su amor, pero igualmente él ama a todos y se pone al servicio de todos según el ejemplo del Señor, que vino “para servir y dar su vida en rescate por una multitud” (Mateo 20, 28). ¿Quién sino Jesucristo más que cualquier otro se hizo uno con nosotros? Él que era Dios, “se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres” (Filipenses 2, 7).

Chiara Lubich hizo de esta palabra de vida una de las fortalezas de su “arte de amar”, sintetizada en la expresión “hacerse uno”. Vislumbró una expresión de la “diplomacia” de la caridad. “Cuando uno llora -escribió- tenemos que llorar con él. Si ríe, gozar con él. Así se comparte la cruz, cargada por muchas espaldas y se multiplica la alegría participada a muchos corazones. […] Hacerse uno con el prójimo por amor a Jesús, con el amor de Jesús, hasta que el prójimo, dulcemente herido por el amor de Dios en nosotros, deseará hacerse uno, en un recíproco intercambio de ayudas, ideales, proyectos, afectos. […] Esta es la diplomacia de la caridad, que tiene muchas expresiones y manifestaciones de la diplomacia ordinaria, que dice menos de lo que podría decir, si al hermano no le gusta y no es grato a los ojos de Dios; sabe esperar, sabe hablar, llegar al objetivo. Divina diplomacia del Verbo que se hace carne para divinizarnos”.(1)

Con fina pedagogía Chiara identifica también los obstáculos cotidianos que se interponen en el “hacerse uno”: “A veces son las distracciones, otras el desagradable deseo de decir precipitadamente la propia idea, de dar inoportunamente un consejo. En otras ocasiones estamos poco dispuestos a hacernos uno con el prójimo porque consideramos que no comprende nuestro amor, o nos frenan otros prejuicios. En otros casos nos lo impide el recóndito interés de sumarlo a nuestra causa”. Por eso “es absolutamente necesario cortar o posponer todo lo que llena nuestra mente o nuestro corazón para hacernos uno con los otros.”2 Se trata de un amor continuo e infatigable, perseverante y desinteresado, que a su vez confía en el amor más grande y potente de Dios.
Son indicaciones preciosas, que podrán ayudarnos a vivir la palabra de vida de este mes. Nos predisponen a escuchar al otro, a comprenderlo desde adentro, ensimismándonos con lo que vive y experimenta, compartiendo preocupaciones y alegrías: “Me hice todo para todos”

No podemos interpretar esta invitación evangélica como un pedido de renuncia a las propias convicciones, como si aprobáramos sin ninguna crítica las formas de actuar del otro, o como si no tuviéramos una propuesta de vida o un pensamiento propio. Si se es amado hasta el punto de volverse el otro, y si lo que se comparte ha sido un don de amor que estableció una relación sincera, se deben expresar las propias ideas, aunque puedan hacer mal, permaneciendo siempre en una actitud de profundo amor. Hacerse uno no es signo de debilidad, no es buscar una convivencia tranquila y pacífica, sino la expresión de una persona libre que se pone al servicio. Requiere coraje y determinación.
Es importante tener presente el objetivo del hacerse uno.

La frase de Pablo que viviremos este mes continúa, como mencionamos precedentemente, con la expresión “…para ganar por lo menos a algunos, a cualquier precio”. Pablo justifica su hacerse uno con el deseo de llevar a la salvación. Es un camino para entrar en el otro, para hacer surgir con plenitud el bien y la verdad que ya existen, para quemar eventuales errores y para sembrar la semilla del Evangelio. Es una tarea que, de parte del Apóstol, no conoce límites ni excusas, porque se la confió Dios mismo y tiene que cumplirla “a cualquier precio”, con la inventiva de la cual el amor es capaz.

Es ésta intención la que le da el motivo último a nuestro “hacerse uno”. También la política y el comercio tienen interés en acercarse a las personas, entrar en sus pensamientos, recoger sus necesidades y exigencias, pero siempre está detrás la búsqueda de un rédito. En cambio “la diplomacia divina -diría Chiara- tiene esto de grande y propio: la mueve el bien del otro y está libre de cualquier sombra de egoísmo”.(2)

Por lo tanto, tenemos que “hacernos uno” para ayudar a todos en el crecimiento del amor y contribuir a realizar la fraternidad universal, el sueño de Dios para con la humanidad, el motivo por el cual Jesús dio su vida.

Fabio Ciardi

1 “Diplomacia”, en Meditaciones, Ciudad Nueva, Buenos Aires, 2013, p. 91
2 La vida, un viaje, Ciudad Nueva, Madrid, 1995, p. 62.